La fe, único consuelo para reclusas mexicanas que viven lejos de sus hijos
México.- Entre estampitas y rezos celebraron hoy el Día de las Madres las reclusas mexicanas del penal de Santa Martha Acatitla. La mayoría viven encerradas lejos de sus hijos y solo les queda la fe como consuelo para soportar este viacrucis.
Por un día, el colorido patio de esta cárcel situada en el oriente de Ciudad de México se convirtió en una capilla al aire libre, con la visita especial del arzobispo primado de México, Carlos Aguiar, quien ofició una misa dedicada a las madres del penal.
En primera fila se situaron algunas internas con sus niños, que tienen permitido vivir con ellas dentro del penal hasta los seis años, pero la mayoría pasaron el Día de las Madres solas.
Aguiar les recordó a las mujeres que su tiempo encerradas “no es eterno” y las animó a dedicar su reclusión al “crecimiento espiritual”.
“Tengan el consuelo de que cuando recuperen la libertad tendrán el testimonio de que Dios ha estado con ustedes”, esgrimió el cardenal.
El mensaje fue asumido por los tres centenares de mujeres allí concentradas, que llenas de devoción recibieron al prelado con cánticos religiosos y lloros de emoción.
La fe es, precisamente, el único consuelo que mueve a la mayoría de madres de Santa Martha, como Cupertina, quien lleva dos años en el penal para cumplir una condena de 90 años por homicidio, delito que, asegura, nunca cometió.
Con lágrimas brotando de sus ojos, Cupertina comenta a Efe que su hijo, de 19 años, también está injustamente recluido en otro penal, acusado del mismo delito.
Además, lamenta que durante su estancia en prisión no ha podido ver cómo crecía su hija, que tenía cuatro años cuando Cupertina fue encerrada.
“Le pido a Dios que me deje estar con mi hijo y mi hija, que me abra las puertas de su hogar porque eso de lo que me acusan no soy yo”, asegura devastada.
Socorro, de 55 años, lleva una década en Santa Martha y, a falta de tres años para ser liberada, no sabe nada de sus dos hijas, que ya son unas “mujercitas”, explica.
“Realmente les deseo lo mejor dondequiera que estén”, relata afligida Socorro, quien también hace gala de su fe al agradecer “a mi gran Dios y a la Virgen de Guadalupe que me dio la oportunidad de estar aquí”, en referencia a la misa oficiada por el arzobispo.
Andrea, otra reclusa que asistió a la homilía, es más afortunada puesto que puede ver a sus tres hijos “cada 15 o 20 días”, ya que se desplazan desde el oriental estado de Veracruz hasta Ciudad de México para visitarla.
Encerrada durante un lustro por robo, Andrea deplora que familiares suyos y de otras compañeras deben espaciar las visitas al penal porque carecen de recursos económicos para viajar hasta la capital mexicana con regularidad.
Asistir a misa o realizar talleres de manualidades son las únicas maneras de que disponen estas internas de “matar el tiempo” cuando pueden salir de sus celdas, en las que pueden haber entre 5 y 10 mujeres encerradas.
Hay dos aspectos que, a simple vista, diferencian a Jessica de Cupertina, Andrea y Socorro: trae un bebé entre sus brazos y va vestida de color beige.
Las presas que cumplen una sentencia firme se distinguen por el color azul marino de sus camisetas y pantalones, mientras que el beige identifica a las encerradas con prisión preventiva, como Jessica, procesada por robo violento.
A sus 23 años ha tenido cinco hijos, pero en el penal solo convive con Edgar, nacido el mes pasado cuando ella ya llevaba semanas encerrada.
La joven madre recibe pañales de las autoridades carcelarias y está “muy agradecida” con sus compañeras reclusas que la ayudan con la manutención de Edgar, pero no es suficiente.
Jessica elabora espejos en la cárcel para venderlos y conseguir dinero que le permita comprar comida para su recién nacido, a quien le sienta mal la alimentación que recibe en la prisión.
La ilusión por el nacimiento de Edgar apenas compensa la “desesperación y ansiedad” que sufre por su adicción al crack y la incertidumbre de no saber cuándo podrá salir del penal y ver a sus otros hijos.
Nostálgica observa una libreta en la que tiene apuntado el número de teléfono de su madre, quien cuida a una de sus hijas, pero la cara se le ilumina de repente al recibir, por parte del arzobispo, una rosa y un libro con los cuatro evangelios.(EFE).